ENTREVISTA | Mercedes D'Alessandro
"El capitalismo tiene un socio oculto: la mujer que realiza los trabajos domésticos no remunerados"
La economista Mercedes D'Alessandro es la impulsora del
portal Economía Femini(s)ta, que ha conseguido situar la economía con
perspectiva de género en la agenda pública latinoamericana y ganarse las
redes sociales
"Lo que está invisibilizado en los datos está invisibilizado en las políticas"
"La asimétrica distribución del trabajo doméstico no remunerado es el tema central que explica que sucedan todas las discriminaciones económicas hacia las mujeres"
"Lo que está invisibilizado en los datos está invisibilizado en las políticas"
"La asimétrica distribución del trabajo doméstico no remunerado es el tema central que explica que sucedan todas las discriminaciones económicas hacia las mujeres"
Es una de las economistas feministas que más repercusión ha tenido en los últimos años. Mercedes D'Alessandro, argentina, doctora en Economía, profesora en varias universidades y divulgadora económica, lanzó en 2015 el portal Economía Femini(s)ta.
La página web, que se nutre del trabajo de un equipo de economistas,
pero también de expertas de otras disciplinas, ha conseguido situar la
economía con perspectiva de género en la agenda pública latinoamericana y
ganarse las redes sociales. D'Alessandro, que vive en Nueva York, ha
publicado recientemente Economía Feminista. Cómo construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour).
En los últimos dos años ha habido muchas movilizaciones de mujeres en
diferentes partes del mundo. Aunque cada país tiene sus características,
parece claro que hay una serie de problemas que les suceden a las
mujeres en todas partes. ¿Cómo es posible que la brecha salarial, el
techo de cristal o la precariedad sean nuestro día a día en todo el
mundo?
Hay un tema central que explica que sucedan todos los
demás: la asimétrica distribución del trabajo doméstico no remunerado.
Son estas tareas del hogar, como limpiar, hacer las compras, cocinar y
cuidar a niños, niñas y adultos, las que recaen mayoritariamente en las
mujeres. Y no son tareas que lleven cinco o diez minutos. En Argentina,
por ejemplo, dedican un promedio de seis horas diarias. Estamos hablando
de que hay un montón de trabajo no remunerado que aparece dentro de la
esfera de lo privado y lo personal pero que, sin embargo, es fundamental
para que funcione el sistema productivo en el que vivimos. Alguien que
tiene que ir a trabajar todos los días necesita todas estas tareas
resueltas.
Esto es algo que culturalmente las mujeres
hemos llevado adelante. En la generación de nuestras madres y abuelas
las profesionales eran la excepción y no la regla, el resto eran amas de
casa. Hoy el ama de casa de los 60 full time (a tiempo completo) es algo que ha quedado fuera de la dinámica pero la sociedad nos sigue tratando así.
¿Nos trata así y por eso nos considera trabajadoras de segunda?
Cuando una mira por qué hay brecha salarial
suele encontrar que, por un lado, las mujeres eligen tareas que pagan
peor, ligadas a los cuidados. Por otro lado, trabajamos menos horas en
el mercado, especialmente las mujeres que son madres. En todas las
economías vemos que cuando las mujeres empiezan a tener hijos dejan de
trabajar remuneradamente y se quedan en los hogares, eso les hace perder
sus carreras profesionales, toman medias jornadas, no les ofrecen
ascensos o mayores responsabilidades... Por eso, el tema central tiene
que ver con la asimetría de los cuidados y con una cultura que asigna
eso a las mujeres.
Podemos decir entonces que la economía se ha construido sobre un modelo que ha ignorado una parte de la realidad.
Exacto. Hay una economista estadounidense que dice que el capitalismo
tiene un socio oculto: la mujer que realiza los trabajos domésticos no
remunerados porque realiza los trabajos indispensables para que el
sistema funcione sin ningún tipo de retribución.
¿Y hasta qué punto es el capitalismo un aliado necesario del
patriarcado, de que esta sea la situación de las mujeres? Usted misma
dice que ninguno de los modelos económicos han tenido en cuenta esta
parte de la realidad.
El problema es que el
capitalismo y las luchas feministas si bien nos beneficiaron en el
sentido de que somos más independientes, por ejemplo, al mismo tiempo
nos incluye en un sistema de trabajo que no es el paraíso de nadie, ni
de mujeres ni de varones, y al que entramos además en desigualdad de
condiciones.
En Argentina, y es algo recurrente en
toda América Latina, la mayoría de mujeres que trabajan lo hacen como
empleadas domésticas. Es decir, una mujer de clase media que tiene
ingresos y una vida profesional lo hace dejando una vacante en sus
tareas del hogar y lo que hace es contratar a otra mujer para que las
haga. Ahí tenemos un problema porque las mujeres profesionales hoy se
pueden liberar de las tareas del hogar a costa de contratar a otras
mujeres, en general, en condiciones muy malas. La forma de avanzar de
unas mujeres es a costa de que otras tengan trabajos mal pagados.
Entonces algo falla en la ecuación, ¿son los hombres, que no asumen su parte de los cuidados?
Dentro de casa no hace falta una ley para que las tareas se distribuyan
de forma más homogénea. Pero necesitamos que el Estado se comprometa y
que, por ejemplo, la gente pueda acceder a guarderías o jardines de
infancia, a espacios de escolarización, de recreo, a geriátricos... Esto
facilita muchísimo la inserción laboral de las mujeres.
Muchas expertas hablan de que vivimos una crisis global de cuidados que puede ir a peor. ¿Cree que existe esa crisis?
Sí, absolutamente. No hay una suficiente provisión de servicios
públicos de cuidados. Las personas que tienen que apelar a esos
servicios terminan haciéndolo a servicios mercantilizados que suelen
emplear a personas con pésimas condiciones. La única forma de acceder a
ellos es que estén precarizados y mal pagados. Es muy importante,
primero, reconocer que existen estos trabajos porque no hay estadísticas
públicas sobre esto. En la mayoría de países no se miden los trabajos
de cuidados y es muy difícil que a la hora de planear políticas se tomen
en cuenta variables que influyan en los presupuestos y programas. Si no
se visibiliza y cuantifica un problema, tampoco aparece como algo a
solucionar. Los cuidados quedan fuera de lo que la economía toma como
propio.
Sin embargo, mientras
algunos organismos internacionales publican informes sobre los efectos
positivos en la economía que tendría que más mujeres trabajaran, ¿no es
una trampa que mientras vivimos en sociedades así nos empujen a un
mercado laboral que nos maltrata?
Claro, el
problema es que esto acaba derivando en una doble jornada laboral,
dentro y fuera del hogar. La economista argentina Valeria Esquivel habla
de la pobreza de tiempo. Con las encuestas de uso del tiempo muestra
que las mujeres más pobres dedican siete horas a los trabajos pagados y
otra siete a los no pagados, es decir, 14 horas de trabajo. Realmente
estas jornadas afectan al tiempo libre y de descanso y esto genera una
pobreza que no tiene que ver solo con el dinero.
Muchas economistas feministas plantean el problema de la sostenibilidad
de la vida, para qué se vive, el objetivo es generar ganancia o generar
bienestar. Cuando una mujer quiere participar políticamente de alguna
manera o comprometerse se le suma una tercera jornada laboral. Las
sindicalistas suelen decirnos que no llegan a las reuniones porque
tienen jornadas de ocho horas, dos horas de ida y vuelta a casa, tienen
que correr a la escuela a por los chicos... Los varones tienden mucho a
hacer networking y en esos ámbitos las mujeres o llegan tarde o nunca llegan.
Habla de la falta de indicadores y estadísticas y de que eso es un
problema. Plantea también la necesidad de incluir indicadores económicos
LGTBIQ. ¿Qué sería necesario medir?
Por ejemplo, en un distrito de Buenos Aires se hizo una prueba piloto
en la población trans. Se encontraron cosas interesantísimas: de 400
personas solo el 1% tiene un trabajo formal y solo el 2% terminó la
educación universitaria. Y es diferente la situación de los varones
trans que la de las mujeres trans. Resulta que en Argentina se llevó
adelante la ley de cupo laboral trans para obligar al Estado a
contratarlas. Pero no hay personas que cumplan con los requisitos que
pidió el Estado para formar parte del cupo, es decir, estás generando
una ley que no permite a las personas destinatarias acceder a ella. Lo
que está invisibilizado en los datos está invisibilizado en las
políticas.
En Economía Femini(s)ta han puesto en marcha la iniciativa Menstruacción, ¿en qué consiste?
Consiste en tres puntos: pedir la eliminación de los impuestos a estos
productos –tampones, toallitas y copas menstruales– que en Argentina es
del 21% porque consideramos que es un bien de primera necesidad que toda
mujer va a necesitar comprar. Pedimos provisión gratuita para las
personas de bajos recursos porque anualmente pueden suponer unos 100
dólares, y mejorar las investigaciones sobre el tema, porque en los
últimos años ha habido estudios que han encontrado rastros de glifosatos
y no puede ser que no tengamos más información sobre los efectos que
pueden tener. La campaña también apunta a desestigmatizar, a mostrar que
la menstruación es parte de nuestra experiencia cotidiana y que acceder
a estos productos es una cuestión de salud.
Y volviendo al principio, a los paros de mujeres y las protestas por la
brecha salarial, la violencia de género, los cuidados, la Women's
March... ¿cree que es el inicio de un proceso irreversible en el sentido
de que estos temas están ya en la agenda como quizá nunca lo habían
estado?
Yo soy optimista. Hay muchas cosas
resonando, muchas mujeres y varones que se dieron cuenta de algo y que a
partir de ahí cambiaron su forma de concebir las cosas. Culturalmente
hay un antes y un después, hay un fervor feminista que no había desde
hacía mucho tiempo. No podemos decir que es la primera vez en la
historia que sucede porque eso sería olvidarnos de toda la lucha que ha
habido en el pasado, pero sí hay una nueva efervescencia. Lo que sí hay
también son gobiernos muy conservadores.
Todas las
cosas que hemos ganado en luchas anteriores se tambalean a veces, con lo
cual no podemos dormirnos y descansar en que muchas gentes usen remeras
(camisetas) que dicen feministas. Tenemos que seguir muy atentas porque
cada conquista cuesta mucho mantenerla. Y hay un tema que va más allá
que es la violencia de género, que tiene una parte de violencia
económica muy importante: muchas mujeres no se pueden ir del hogar
porque no tienen a dónde, no tienen trabajo, no tienen recursos.
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