jueves, 19 de octubre de 2017

La revolución domesticada

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Un uniforme ruso en exhibición en el Museo Alemán de Historia en Berlín el 17 de octubre de 2017, parte de la exhibición "1917. Revolución. Rusia y Europa". Credit Omer Messinger/European Pressphoto Agency
CIUDAD DE MÉXICO — En México, la Revolución de octubre fue devorada por la Revolución mexicana. Pese a las resistencias del Partido Comunista Mexicano, la inocente ideología nacionalista y social de la Revolución mexicana ganó la partida a todo intento de marxismo-leninismo autóctono. En México, Lenin y Trotsky nunca pudieron competir contra Villa y Zapata.
La Revolución mexicana antecedió a la rusa por seis años. Estalló como un levantamiento contra la dictadura de Porfirio Díaz, instauró un régimen democrático que culminó en 1913 con el asesinato del presidente Francisco I. Madero, tras el cual se desató una guerra civil entre las facciones que seguían a los caudillos populares Villa y Zapata y a los ejércitos Constitucionalistas de Obregón y Carranza, que resultaron triunfantes. En febrero de 1917, mientras se instauraba en Rusia el fugaz gobierno provisional y el zar estaba a unos día de dimitir, la fracción victoriosa redactó una nueva Constitución cuyos principales artículos se apartaban del liberalismo clásico, fortalecían al Estado y al poder ejecutivo, y recogían importantes banderas sociales, algunas de sus adversarios: reforma agraria, legislación obrera, nacionalización de los recursos naturales, educación universal. Cuando en octubre de ese año estalló la Revolución rusa, los revolucionarios mexicanos permanecieron tranquilos. Con plena convicción y sinceridad podrían presentar a la Revolución mexicana como amiga y hasta precursora del movimiento bolchevique.
Aunque el Partido Comunista Mexicano fue fundado tempranamente en 1919 a las órdenes de la Internacional Comunista, pocos países tuvieron tanto éxito en neutralizar a la Revolución rusa como México. La razón es sencilla: México avanzaba con su propia revolución.
En el ámbito cultural y educativo, por ejemplo, el renacimiento de la pintura y las artes y la cruzada alfabetizadora de José Vasconcelos en los años veinte no palidecían frente al modernismo ruso y el plan educativo de Lunacharski. De hecho, México fue el primer país en establecer relaciones diplomáticas con la URSS, cuya primera embajadora —Alexandra Kolontái, famosa impulsora del amor libre— fue recibida con honores. Este acercamiento entre las dos revoluciones provocó la histeria del embajador americano Sheffield y halló eco en las empresas petroleras que temían una inminente expropiación. La prensa de Hearst habló del “Soviet Mexico” y, en un episodio poco conocido de la historia diplomática, en junio de 1927 el presidente Coolidge consideró seriamente la opción militar contra su vecino revolucionario. Gracias a la intervención del senador Fiorello La Guardia, el tema se resolvió con un inteligente cambio de embajador: el banquero Dwight Morrow llegó a México, ayudó a reestructurar la deuda y las finanzas públicas, se hizo consejero de políticos y tuvo el instinto genial de hacerse amigo y mecenas de artistas que, tras la crisis de Wall Street en 1929, estaban seguros de que el futuro pertenecía a la Unión Soviética y al comunismo. Los más famosos, por supuesto, fueron Diego Rivera y Frida Kahlo, pero muchos escritores jóvenes —entre ellos el combativo Octavio Paz y su amigo José Revueltas— comulgarían por décadas con esa creencia: la URSS era “la tierra del porvenir”.
Declarado ilegal en 1929, reprimidos, encarcelados y asesinados muchos de sus miembros, el Partido Comunista Mexicano retomó cierta fuerza en el sexenio de Lázaro Cárdenas entre 1934 y 1940, pero sobre él volvió a obrar el efecto domesticador. Era imposible competir desde la izquierda con un gobierno tan claramente revolucionario como el de Cárdenas, que repartió 17 millones de hectáreas, expropió a las empresas petroleras en 1938, y contó con el apoyo del movimiento obrero organizado en una central única: la Confederación de Trabajadores de México, cuyo líder, el intelectual Vicente Lombardo Toledano (admirador de la URSS y viajero frecuente a Moscú), fue la representación misma de esa convivencia funcional y pacífica entre las dos revoluciones. En los años treinta, a los ojos de Moscú, el gobierno de Cárdenas era la versión mexicana del frente popular antifascista. Por esa razón, los comunistas mexicanos fueron obligados a entregar los sindicatos que controlaban al partido oficial, el Partido de la Revolución Mexicana, que en 1946 adoptó el oxímoron definitivo de Partido Revolucionario Institucional.
Acaso la prueba mayor de autonomía mexicana con respecto de la Revolución soviética sobrevino en 1937, con el asilo que —a petición de Diego Rivera— otorgó Cárdenas a Trotsky. La negativa del PCM a participar en el asesinato del jefe del Ejército Rojo, lo que ocurrió finalmente en 1940, selló su destino como partido: al llegar la Guerra Fría, mientras el PRI podía ostentarse ya abiertamente como una alternativa nacionalista y progresista frente al comunismo, el PCM se encontraba al borde de la extinción, y, en esa marginalidad, que fue acentuada por su falta de registro oficial, siguió hasta los años sesenta, acompañado solo por sindicalistas ferroviarios y magisteriales y algunos artistas famosos.
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León Trotsky y su esposa, a bordo del barco que los trajo de Noruega, son recibidos en México por Frida Kahlo y Max Schachtman, jefe del Comité Comunista en los Estados Unidos. Credit Times Wide World Photos
Al morir Frida Kahlo en 1954, recibió el primer homenaje rendido a un artista en el Palacio de Bellas Artes: su féretro cubierto por la bandera de la hoz y el martillo. El funcionario que permitió esa intromisión simbólica fue despedido, pero el acto fue emblemático de una nueva vigencia del comunismo en México, no a través del PCM sino de los ámbitos artísticos, académicos y literarios donde el marxismo comenzaba a tomar nuevos bríos gracias a la influencia de las obras de Jean Paul Sartre. Con todo, en la arena política, el PRI reinaba sin disputa. Al menos hasta el movimiento estudiantil de 1968, cuando empezó a resquebrajarse su dominio sobre las nuevas clases medias, el partido oficial era una alianza todopoderosa donde, excluyendo los extremos, cabía desde la derecha hasta la izquierda.
Ni siquiera la Revolución cubana modificó el estado de cosas. Hábilmente, al abstenerse de condenar a Castro y expulsar a Cuba de la OEA en 1962, el régimen del PRI se convirtió en el mediador tácito entre Estados Unidos y la Revolución cubana, el gobierno “tapón” que protegería a toda Norteamérica del comunismo, a cambio de sostener una retórica nacionalista. El compromiso con La Habana fue claro: México —de cuyas costas había salido la expedición castrista del Granma en 1956— defendería diplomáticamente, en la medida de lo posible, a Cuba de Estados Unidos, a cambio de que no hubiese guerrilla en México. Si bien la hubo en los años setenta, alcanzó una dimensión e impacto considerablemente menores que en el resto de América Latina.
Aunque el régimen de Castro pactó con el gobierno de la Revolución mexicana, lo cierto es que entre las generaciones jóvenes el prestigio de la Revolución cubana opacó a la mexicana, a la que veían como anticuada, rígida y falsa. En los años setenta —y por tres décadas más— el marxismo en todas sus variantes se convirtió en la vulgata de las universidades públicas mexicanas. Sin embargo, los gobiernos del PRI no se inmutaron mayormente ya que el PCM, legalizado en 1978, obtuvo apenas el 5 por ciento de los votos en las elecciones de 1979. De poco valió el esfuerzo de modernización de los comunistas mexicanos para tomar distancia del bloque soviético e ir más allá de los votantes universitarios.
En 1981, el PCM llegó al extremo de autodisolverse, con la esperanza de tender puentes con otras formaciones de izquierda, ligadas a las universidades públicas. El PRI, se decía en broma en aquellos años, no necesitaba formar a sus jóvenes militantes, pues para ello estaba el Partido Comunista, del cual salían algunos de los cuadros que renovaban a una élite gobernante donde ser socio de Washington, estalinista convencido y vociferante antiimperialista no era una contradicción.
La Revolución mexicana, con su ecléctico nacionalismo, absorbió y domesticó a la Revolución rusa, logrando que México fuese, a mediados de los años ochenta, uno de los pocos países del mundo donde los trotskistas tenían presencia oficial en el congreso. Una política internacional amiga del Pacto de Varsovia (y de su marioneta, el Movimiento de los No Alineados), le permitía al PRI ejercer la mano dura contra la izquierda mexicana, como ocurrió en 1968 o durante los años setenta, cuando guerrillas urbanas de inspiración maoísta o guevarista fueron cruentamente reprimidas ante la indiferencia de La Habana y Moscú. Cuando a los guerrilleros mexicanos se les ocurría secuestrar aviones rumbo a Cuba, el régimen de Castro los repatriaba de inmediato o los recluía bajo condiciones penosas.
El cuadro comenzó a cambiar en 1988, cuando el ala izquierda del PRI, inspirada en el sexenio de Lázaro Cárdenas y encabezada por su hijo, Cuauhtémoc Cárdenas, abandonó el partido. Los partidos de la vieja izquierda alojaron a estos disidentes del PRI en su sede, les cedieron su registro y postularon a Cárdenas a la presidencia. Solo un fraude electoral impidió su triunfo, pero en vez de tomar las armas, en 1989 Cárdenas discurrió un cambio que ni siquiera su padre había podido vislumbrar: la unión de toda la izquierda (comunista, trostskista, guevarista, nacionalista, socialista) en un partido, el Partido de la Revolución Democrática. Aunque derrotado en 1994 y 2000, el PRD entró al nuevo siglo como una institución consolidada con fuerte presencia en las legislaturas y gobiernos de los estados, municipios, y en el enclave decisivo de la ciudad de México, cuyo gobierno recayó en un popular líder de origen priista, cercano a Cárdenas pero que muy pronto tomaría vuelos propios e insospechados: Andrés Manuel López Obrador.
Desde el año 2000, tras el desvanecimiento del Subcomandante Marcos, un guerrillero inspirado en el Che Guevara que trocó la bandera marxista por un ideario indigenista, López Obrador se convirtió no solo en el líder sino en el caudillo populista de la izquierda mexicana. En 2006 contendió a la presidencia, estuvo a unas décimas de ganar el poder y acusó al gobierno de haberlo defraudado. Significativamente, en su cuarto de guerra no quedaba ningún comunista y sí muchos priistas de los años setenta, ochenta y noventa. Una vez más, la Revolución mexicana había devorado a la Revolución rusa.
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domingo, 15 de octubre de 2017

La Revolución Rusa de 1917

La Revolución Rusa de 1917

El ingreso de Rusia a la primera Guerra Mundial en 1914 permitió al principio acallar una ola creciente de descontento frente al gobierno del zar, ya que todas las clases se unieron en contra del enemigo común como eran Alemania y Austria-Hungría. Pero los resultados de la Guerra comenzaron a deteriorase debido al gran número de bajas y a las frecuentes derrotas y la economía, finalmente, se desmoronó por el esfuerzo…

La Revolución Rusa de 1917

Existen dos fases dentro de la Revolución, la primera fue la llamada Revolución de febrero de 1917, que desplazó la autocracia del zar Nicolás II de Rusia, el último de la historia, y tenía la intención de instalar en su lugar una república liberal. La segunda fase descrita por los historiadores fue la Revolución de octubre, en la que los soviets, inspirados y dirigidos cada vez más por el Partido Bolchevique, bajo el destacado papel estratégico de Vladímir Ilich Uliánov, conocido como Lenin, y la importante acción organizadora de León Trotsky, encabezando el Comité Militar Revolucionario, tomaron el poder mediante una insurrección popular armada, arrebatándolo al gobierno provisional dirigido por Aleksandr Kérensky, y disolviendo el aparato gubernamental del anterior Estado constitucional burgués, junto con sus instituciones como eran la gendarmería, las Fuerzas Armadas de Rusia, la propiedad privada sobre los principales medios de producción y servicios y más tarde la Asamblea Constituyente. Éstos fueron sustituidos a su vez por el Estado obrero, bajo el control o dictadura del proletariado y la democracia soviética, el control obrero de la producción, la redistribución de la tierra a los campesinos, tras la expropiación a los terratenientes y capitalistas, la Guardia Roja y el Ejército Rojo, organizado éste y dirigido por Trotsky. Además, se negoció la Paz de Brest-Litovsk y concedió el derecho de autodeterminación a las nacionalidades sometidas al imperio ruso. Esta segunda revolución se extendió por numerosísimos entornos, afectando tanto a las ciudades como al entorno rural. Al mismo tiempo que ocurrían muy importantes sucesos históricos en Petrogrado y Moscú, paralelamente empezó a desarrollarse un movimiento consolidado y extendido en el campo, especialmente en las zonas más fértiles del antiguo Imperio como el sureste de Ucrania, a medida que los agricultores fueron tomando y redistribuyendo la tierra, y organizándose en asambleas populares y grupos armados…
Estos hechos provocaron que la Revolución fuera en si uno de los actos históricos más importantes ocurridos en la época contemporánea, su impacto fue palpable tanto en América como en Europa. Aunque la Revolución no hizo expandir el comunismo como un efecto inmediato, les dio a otros países convulsos del tercer mundo un ejemplo a seguir. Décadas después, el modelo filosófico/gubernamental tomaría renovada notoriedad a medida que Rusia, convertida en un estado socialista y en una superpotencia económica y militar, se enfrentara a los Estados Unidos en la Guerra Fría. En cualquier caso, las dos revoluciones de 1917 se dividieron en dos grandes partes que se pueden diferenciar como hemos mencionado antes por la caída del régimen zarista, en la Revolución de Febrero, y la creación del primer estado socialista del mundo, en la Revolución de Octubre. Las causas de estas dos revoluciones abarcan las situaciones políticas, sociales y económicas de Rusia en la época. Políticamente, el pueblo ruso odiaba la dictadura del zar Nicolás II. Las bajas que los rusos sufrieron durante la I Guerra Mundial debilitaron aún más la imagen de Nicolás. Socialmente, el régimen despótico del zar había estado oprimiendo al campesinado durante siglos. Esto provocó tensiones dentro de la clase baja rural que desembocó en altercados. Económicamente, la inflación y el hambre por toda Rusia contribuyeron asimismo a la revolución. Definitivamente, una combinación de estos tres factores, combinados con el liderazgo de Vladimir Lenin y León Trotsky, condujeron irremisiblemente a la Revolución. La Revolución de Febrero sobrevino casi espontáneamente cuando el pueblo de Petrogrado protestó contra el régimen zarista por la escasez de comida en la ciudad. Existía también un gran descontento con la involucración en la Primera Guerra Mundial. A medida que las protestas crecían, muchos políticos reformistas, tanto liberales como de extrema izquierda, empezaron a coordinar sus actividades. A principios de febrero las protestas se fueron tornando violentas en cuanto los ciudadanos se sublevaron y enfrentaron a la policía y los soldados. Cuando el grueso de los efectivos destacados en la capital se unieron a la sublevación, ésta se convirtió en una verdadera revolución obligando a abdicar al zar previo a una transición casi sin derramamiento de sangre.
Se constituyó un nuevo gobierno provisional, también llamado Duma, a la vez que se planeó la convocatoria de elecciones. Entre febrero y octubre los revolucionarios intentaron fomentar cambios más radicales, bien a través del Soviet de Petrogrado o de forma directa. En julio, los bolcheviques de Petrogrado, en colaboración con los anarquistas, promovieron una rebelión civil. Esta insurrección fracasó. La Revolución de Octubre fue liderada por figuras tales como León Trotsky o Vladimir Lenin, y basada en las ideas de Karl Marx. Marcó el inicio de la expansión del comunismo en el siglo XX. Ésta fue mucho menos espontánea que la revolución de Febrero y fue resultado de planes deliberados y actividades coordinadas desde principio a fin. La asistencia logística y financiera de la inteligencia alemana vía su agente clave, Alexander Parvus, fue una pieza fundamental.
El 7 de noviembre de 1917, los líderes bolcheviques Vladimir Lenin y León Trotsky lideraron a los revolucionarios de izquierda en una revuelta contra el ineficaz Gobierno Provisional, Rusia aún estaba usando el calendario juliano, de modo que las fuentes del momento citan la fecha como 25 de octubre. La Revolución de Octubre culminó la fase revolucionaria instigada en febrero, reemplazando el gobierno provisional, encabezado por Kerensky, por el poder organizado y deliberativo de los soviets obreros, soldados y campesinos, verdaderos organismos de participación política y asamblearia por parte de las clases trabajadoras de la población. Sin embargo, aunque muchos bolcheviques, tales como León Trotsky y el propio Lenin, apoyaban una democracia soviética, el modelo de «reformas desde arriba» y del socialismo en un solo país ganó el definitivo poder en detrimento de la teoría de la revolución permanente de Trotsky cuando Lenin murió y Stalin asumió el control de la URSS y del Partido Comunista de la Unión Soviética. Trotsky y sus simpatizantes, además de otros comunistas democráticos y anarquistas, fueron perseguidos y finalmente encarcelados o asesinados. Después de octubre de 1917, muchos miembros del Partido Socialista Revolucionario y Anarquistas se opusieron a los Bolcheviques a través de los soviets. Cuando esto falló, provocaron varias revueltas en una serie de sucesos llamados la «Tercera revolución». El más notable ejemplo fue la Rebelión de Tambov, entre 1919 y 1921, y la Rebelión de Kronstadt en marzo de 1921. Estos movimientos, que exigían una extensa variedad de demandas y carecían de una efectiva coordinación, fueron finalmente aplastados durante la Guerra civil…[1]
Enlace directo : Manifiesto Comunista (I)

La Factoria Historica
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[1] Bunin, Ivan Alekseevich (2007). Días malditos (Un diario de la Revolución). El Acantilado. ISBN 978-84-96834-16-3; Figes, Orlando (2001). La revolución rusa: la tragedia de un pueblo. Edhasa. ISBN 978-84-350-2614-7.



Al hilo de que se va a cum


Reed y Bryant, aquel "matrimonio" imperfecto

Reed y Bryant, aquel "matrimonio" imperfecto


En 1919 John Reed publicó la que sería su obra más conocida, “Diez días que conmovieron al mundo”, en la que explica en clave de reportaje los acontecimientos de la Revolución Rusa elaborando un minucioso retrato de los personajes que tuvieron un papel protagonista durante aquellos días de octubre de 1917. John Reed, periodista y poeta, se negó a ser un mero narrador, un observador indiferente. Escribía con la pasión de alguien que comprende y refrenda lo que está ocurriendo. Él y su compañera, la escritora feminista Louise Bryant, fueron de ese grupo de intelectuales que se negó a separar arte de insurgencia y que decidió atacar al sistema con algo más que palabras. Ambos convirtieron la Revolución Rusa en su lucha más personal.


Parece que las biografías más curiosas e interesantes siempre están marcadas por la tragedia. Algo así ocurre con el "matrimonio" entre John Reed y Louise Bryant. Ambos eran jóvenes brillantes unidos por un sueño, por una ideología que huía totalmente de los convencionalismos sociales y culturales de la primera década del siglo XX estadounidense. Como cita Manuel Talens en su traducción del artículo de Howard Zinn “Para conocer a John Reed”, ambos confundieron y enfurecieron a los guardianes de la ortodoxia cultural y política en tiempos de la Primera Guerra Mundial”. Lo hicieron pidiendo libertad sexual, oponiéndose abiertamente al militarismo en época de patriotismo debido un conflicto internacional y  defendiendo el socialismo y la igualdad social en un momento en el que los empresarios y los gobiernos de los países civilizados se dedicaba a asesinar huelguista. Y finalmente lo hicieron aplaudiendo sin mesura la primera revolución proletaria de la historia

Él: un periodista comprometido

Reed y Bryant se conocieron en 1916. Por aquel entonces, él era ya un reputado periodista de 28 años que había viajado por Europa y que se había ganado el respeto de muchos y las “iras” de otros por su artículos enardecidos e implicados en los que denunciaba sin tapujos las desigualdades sociales. Aunque se había licenciado en Harvard, algo que le permitía haber entrado en las principales cabeceras estadounidenses, su total disconformidad con el establishment propició que pronto buscara publicaciones minoritarias pero más acordes con su pensamiento, y en 1913 comenzó a escribir para la revista Masses. Lo hizo convencido de que ese era el medio ideal en el que podría mostrar su visión su denuncia de las desigualdades del Nueva York de principios de siglo.


Son muchos los que dicen que el trabajo de Reed como poeta no era especialmente brillante pero que nadie como él entró en los conflictos para contarlos y explicarlos de primera mano. Porque Reed no se conformaba con tomar notas. Se implicaba al máximo en sus trabajos y los vivía desde “el ojo del huracán”. Una de sus primeras “misiones” como corresponsal (aventuras, las llamaba él) fue cubrir una huelga de más de 25.000 trabajadores del textil en Lawrence (Massachusetts), que exigían una jornada de trabajo digna. Se trataba de una de las huelgas más importantes y numerosas vistas hasta aquel momento pero la prensa no se había hecho eco de ella. Reed se unió al piquete y en una de las durísimas intervenciones de la policía para desalojar la fábrica fue arrestado y tuvo que ingresar en el calabozo. También cubrió la huelga de los mineros en Colorado tras la denominada Matanza de Ludlow en la que, debido a las huelgas, la Guardia Nacional había ametrallado a los mineros e incendiado sus casas junto con sus familias por orden de la familia Rockefeller.

John Reed también fue enviado especial en México, donde realizó entrevistas y reportajes sobre la Revolución Mexicana. Su fama le predecía y por eso tuvo la oportunidad de acompañar a Pancho Villa en sus ataques por el norte de México,  conviviendo día a día con los soldados.  Sus crónicas no tenían precio y algunos han llegado a decir que aquel era el mejor periodismo que se había hecho nunca. Con las experiencias recopiladas durante aquellos meses John Reed  publicó el libro México insurgente.



En 1914 Reed viajó a Europa para cubrir en primera línea la Primera Guerra Mundial. Posiblemente aquel viaje por las trincheras de Suiza, Francia o Alemania radicalizó todavía más al periodista. Una vez en Europa viajó hacia el este, llegando hasta el país que le cautivaría y que se convertiría en su pasión,  motivo de inspiración y en su última morada: Rusia. Allí visitó los pueblos calcinados y fue testigo de las matanzas en masa de judíos realizadas por parte del ejército del zar Nicolás II.

Tras aquel viaje por Europa Reed volvió a EEUU con una clara premisa: el patriotismo, fuera cual fuera, era un error. No había que armarse para buscar al enemigo que estaba fuera. El enemigo de los obreros norteamericanos era el dos por ciento de la población que acumulaba casi el 70% de la riqueza nacional.

Ella: una líder feminista

Por su parte,  Louise Bryant había desafiado las convenciones sociales desde su primera juventud. Nacida en 1887 y criada en una humilde familia de Nevada, adoptó la igualdad social como modo de vida y en  1908 se licenció en la Universidad de Oregon, algo que era muy poco común en aquella época. 

Su afán por ser escritora le había llevado a ser editora de algunas revistas universitarias y por eso, tras terminar sus estudios, comenzó a buscar trabajo. Lo consiguió de la única forma que podía hacerlo, convirtiéndose en una “Sob Sister”, un calificativo que se aplicaba a las mujeres que cubrían asuntos “frívolos” como crónicas sociales.  Sin embargo, en su interior Bryant seguía desafiando todos los convencionalismos. En primer lugar, porque era una mujer asalariada e independiente. En segundo, porque su modo de vida ,que incluía la libertad sexual, escandalizaba a aquella "mojigata" sociedad.


Durante varios años Louise Bryant compaginó sus crónicas sociales con la escritura de poesía para el semanario anarquista "Blast" de San Francisco. También vendía suscripciones del periódico "Masses" y en 1912, cuando se votó en favor del voto femenino, Louise se unió al comité literario de la Asociación para la Igualdad del Sufragio de Oregon convirtiéndose en una de las principales líderes feministas de aquel momento. 
Bryant creía fielmente en la relación entre feminismo, libertad sexual e igualdad económica, tres factores totalmente indivisibles.

Una pareja poco convencional pero bien avenida

El primer encuentro de John Reed y Louise Bryant se produjo en Portland en 1916. Fue un flechazo y ella abandonó de inmediato a su primer marido, con quien se había casado en 1909. Bryant y Reed pasaron juntos un verano tranquilo y apasionado, lejos del mundo. Pero para alguien tan comprometido es complicado estar al margen de lo que sucede.

En aquellos días EEUU era un hervidero patriótico en el que las campañas para alistarse para combatir en el frente europeo eran constantes. El alistamiento era prácticamente obligatorio. Sin embargo, un grupo de intelectuales, muchos de ellos del círculo de Reed y Bryant, se oponían a aquella Guerra y promovieron campañas contra ella. La respuesta de las autoridades no tardó en llegar y algunos, incluído el propio Reed, fueron encarcelados.

A principios de 1917 llegaron noticias de Rusia: la revolución obrera había estallado y Reed se apresuró a viajar hasta San Petersburgo para cubrir aquellos días históricos. Lo hizo en junto a Bryant. Ambos recorrieron los principales escenarios de una revolución que aunque, de contornos totalmente difusos, ofrecía un halo de esperanza para gente como Reed. Acreditado como periodista, él pudo hacer un seguimiento diario del proceso revolucionario asistiendo a las multitudinarias asambleas y a las reuniones de todas las facciones enfrentadas,  y entrevistando a los principales dirigentes del momento.


Mientras tanto, Louise viajó a Rusia como enviada especial de un sindicato anarquista para cubrir la revolución. Se entrevistó con las heroínas de aquellos días centrando su atención en el Batallón de la Muerte, una unidad de combate compuesta por mujeres. 

El estilo literario y periodístico de Bryant eran en cierto modo similares a los de Reed. Estaban llenos de anécdotas y defendían su causa feminista y política. 

En 1918 los dos volvieron a EEUU. Mientras él terminaba su gran obra “Diez días que cambiaron el mundo”, ella publicó "Seis meses rojos en Rusia", considerado uno de los mejores relatos de testigos oculares escritos por mujeres periodistas americanas y comenzó a dar charlas por todo el país. Posiblemente ésta es la época en la que estuvieron más distanciados. La actividad de Reed, que había vuelto a EEUU como un héroe se vio “mermada” por las fuertes presiones políticas, ya que la revolución había terminado pero su triunfo inquietaba a los líderes y a la opinión pública estadounidense. Todos temían que ocurriera lo mismo en su país. Por su parte, Bryant comenzó a dar polémicas conferencias por todo el país, ganando detractores por minutos. 

En 1920 John Reed  intervino en la creación del Partido Comunista de los Trabajadores y viajó a Rusia en calidad de delegado para asistir a las reuniones de la Internacional Comunista. En principio se trataba de un viaje temporal del que Reed debía volver preparado para crear el nuevo sindicato. Pero no pudo ser así. En EEUU estaba acusado de espionaje y su compañera emprendió un arriesgado viaje hasta Moscú para pedirle que no volviera. No es que Louise llegara tarde, pero cuando lo hizo John Reed ya estaba enfermo y falleció en octubre de aquel mismo año víctima del tifus. Fue enterrado en  como un héroe cerca del muro del Kremlin, en su querida y “admirada” Rusia.

Funeral de John Reed. En la imagen, Louise Bryant custodia su féretro.
Tras la muerte de John Reed, Louise Bryant volvió a EEUU. Lo hizo abatida física y mentalmente, y aunque siguió trabajando como corresponsal extranjera para los periódicos de William Randolph Hearst nunca volvió a ser la misma. Trabajó en Turquía, Rusia y fue la primera periodista americana en entrevistar a Benito Mussolini. Su segundo libro, “Espejos de Moscú”, está considerado como una obra maestra. Sin embargo, la vida de Bryant, especialmente en el terreno personal,  se desmoronó por momentos. Un nuevo fracaso matrimonial unido a la caída del fanatismo por la Revolución Rusa (que ya no causaba simpatías) y al desmoronamiento del ferviente feminismo ( que estuvo prácticamente silenciado hasta la gran revolución de los años 60) hicieron mella en la periodista. Todo ello unido a que jamás superó la muerte del que había sido su mejor compañero de vida y de ideas. 

Enferma de melancolía y de alcohol,  Louise Bryant decidió iniciar una nueva vida en París. Falleció en 1936, a los 49 años, debido a una hemorragia cerebral.

La vida de Reed y Bryant y aquellos cuatro años que pasaron juntos fue llevada al cine en la película "Reds", escrita, dirigida y protagonizada por Warren Beaty. Él mismo interpreta el papel de Reed, mientras que Diane Keaton da vida a Louise Bryant.


Fuentes:




ENTREVISTA | Mercedes D'Alessandro .

ENTREVISTA | Mercedes D'Alessandro

"El capitalismo tiene un socio oculto: la mujer que realiza los trabajos domésticos no remunerados"

La economista Mercedes D'Alessandro es la impulsora del portal Economía Femini(s)ta, que ha conseguido situar la economía con perspectiva de género en la agenda pública latinoamericana y ganarse las redes sociales
"Lo que está invisibilizado en los datos está invisibilizado en las políticas"
"La asimétrica distribución del trabajo doméstico no remunerado es el tema central que explica que sucedan todas las discriminaciones económicas hacia las mujeres"




Es una de las economistas feministas que más repercusión ha tenido en los últimos años. Mercedes D'Alessandro, argentina, doctora en Economía, profesora en varias universidades y divulgadora económica, lanzó en 2015 el portal Economía Femini(s)ta. La página web, que se nutre del trabajo de un equipo de economistas, pero también de expertas de otras disciplinas, ha conseguido situar la economía con perspectiva de género en la agenda pública latinoamericana y ganarse las redes sociales. D'Alessandro, que vive en Nueva York, ha publicado recientemente Economía Feminista. Cómo construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour).
En los últimos dos años ha habido muchas movilizaciones de mujeres en diferentes partes del mundo. Aunque cada país tiene sus características, parece claro que hay una serie de problemas que les suceden a las mujeres en todas partes. ¿Cómo es posible que la brecha salarial, el techo de cristal o la precariedad sean nuestro día a día en todo el mundo?


Hay un tema central que explica que sucedan todos los demás: la asimétrica distribución del trabajo doméstico no remunerado. Son estas tareas del hogar, como limpiar, hacer las compras, cocinar y cuidar a niños, niñas y adultos, las que recaen mayoritariamente en las mujeres. Y no son tareas que lleven cinco o diez minutos. En Argentina, por ejemplo, dedican un promedio de seis horas diarias. Estamos hablando de que hay un montón de trabajo no remunerado que aparece dentro de la esfera de lo privado y lo personal pero que, sin embargo, es fundamental para que funcione el sistema productivo en el que vivimos. Alguien que tiene que ir a trabajar todos los días necesita todas estas tareas resueltas.
Esto es algo que culturalmente las mujeres hemos llevado adelante. En la generación de nuestras madres y abuelas las profesionales eran la excepción y no la regla, el resto eran amas de casa. Hoy el ama de casa de los 60 full time (a tiempo completo) es algo que ha quedado fuera de la dinámica pero la sociedad nos sigue tratando así.
¿Nos trata así y por eso nos considera trabajadoras de segunda?
Cuando una mira por qué hay  brecha salarial suele encontrar que, por un lado, las mujeres eligen tareas que pagan peor, ligadas a los cuidados. Por otro lado, trabajamos menos horas en el mercado, especialmente las mujeres que son madres. En todas las economías vemos que cuando las mujeres empiezan a tener hijos dejan de trabajar remuneradamente y se quedan en los hogares, eso les hace perder sus carreras profesionales, toman medias jornadas, no les ofrecen ascensos o mayores responsabilidades... Por eso, el tema central tiene que ver con la asimetría de los cuidados y con una cultura que asigna eso a las mujeres. 
Podemos decir entonces que la economía se ha construido sobre un modelo que ha ignorado una parte de la realidad.
Exacto. Hay una economista estadounidense que dice que el capitalismo tiene un socio oculto: la mujer que realiza los trabajos domésticos no remunerados porque realiza los trabajos indispensables para que el sistema funcione sin ningún tipo de retribución.
¿Y hasta qué punto es el capitalismo un aliado necesario del patriarcado, de que esta sea la situación de las mujeres? Usted misma dice que ninguno de los modelos económicos han tenido en cuenta esta parte de la realidad.
El problema es que el capitalismo y las luchas feministas si bien nos beneficiaron en el sentido de que somos más independientes, por ejemplo, al mismo tiempo nos incluye en un sistema de trabajo que no es el paraíso de nadie, ni de mujeres ni de varones, y al que entramos además en desigualdad de condiciones.
En Argentina, y es algo recurrente en toda América Latina, la mayoría de mujeres que trabajan lo hacen como empleadas domésticas. Es decir, una mujer de clase media que tiene ingresos y una vida profesional lo hace dejando una vacante en sus tareas del hogar y lo que hace es contratar a otra mujer para que las haga. Ahí tenemos un problema porque las mujeres profesionales hoy se pueden liberar de las tareas del hogar a costa de contratar a otras mujeres, en general, en condiciones muy malas. La forma de avanzar de unas mujeres es a costa de que otras tengan trabajos mal pagados. 
Entonces algo falla en la ecuación, ¿son los hombres, que no asumen su parte de los cuidados?
Dentro de casa no hace falta una ley para que las tareas se distribuyan de forma más homogénea. Pero necesitamos que el Estado se comprometa y que, por ejemplo, la gente pueda acceder a guarderías o jardines de infancia, a espacios de escolarización, de recreo, a geriátricos... Esto facilita muchísimo la inserción laboral de las mujeres. 
Muchas expertas hablan de que vivimos una crisis global de cuidados que puede ir a peor. ¿Cree que existe esa crisis?
Sí, absolutamente. No hay una suficiente provisión de servicios públicos de cuidados. Las personas que tienen que apelar a esos servicios terminan haciéndolo a servicios mercantilizados que suelen emplear a personas con pésimas condiciones. La única forma de acceder a ellos es que estén precarizados y mal pagados. Es muy importante, primero, reconocer que existen estos trabajos porque no hay estadísticas públicas sobre esto. En la mayoría de países no se miden los trabajos de cuidados y es muy difícil que a la hora de planear políticas se tomen en cuenta variables que influyan en los presupuestos y programas. Si no se visibiliza y cuantifica un problema, tampoco aparece como algo a solucionar. Los cuidados quedan fuera de lo que la economía toma como propio.
Sin embargo, mientras algunos organismos internacionales publican informes sobre los efectos positivos en la economía que tendría que más mujeres trabajaran, ¿no es una trampa que mientras vivimos en sociedades así nos empujen a un mercado laboral que nos maltrata?
Claro, el problema es que esto acaba derivando en una doble jornada laboral, dentro y fuera del hogar. La economista argentina Valeria Esquivel habla de la pobreza de tiempo. Con las encuestas de uso del tiempo muestra que las mujeres más pobres dedican siete horas a los trabajos pagados y otra siete a los no pagados, es decir, 14 horas de trabajo. Realmente estas jornadas afectan al tiempo libre y de descanso y esto genera una pobreza que no tiene que ver solo con el dinero.
Muchas economistas feministas plantean el problema de la sostenibilidad de la vida, para qué se vive, el objetivo es generar ganancia o generar bienestar. Cuando una mujer quiere participar políticamente de alguna manera o comprometerse se le suma una tercera jornada laboral. Las sindicalistas suelen decirnos que no llegan a las reuniones porque tienen jornadas de ocho horas, dos horas de ida y vuelta a casa, tienen que correr a la escuela a por los chicos... Los varones tienden mucho a hacer networking y en esos ámbitos las mujeres o llegan tarde o nunca llegan. 
Habla de la falta de indicadores y estadísticas y de que eso es un problema. Plantea también la necesidad de incluir indicadores económicos LGTBIQ. ¿Qué sería necesario medir?
Por ejemplo, en un distrito de Buenos Aires se hizo una prueba piloto en la población trans. Se encontraron cosas interesantísimas: de 400 personas solo el 1% tiene un trabajo formal y solo el 2% terminó la educación universitaria. Y es diferente la situación de los varones trans que la de las mujeres trans. Resulta que en Argentina se llevó adelante la ley de cupo laboral trans para obligar al Estado a contratarlas. Pero no hay personas que cumplan con los requisitos que pidió el Estado para formar parte del cupo, es decir, estás generando una ley que no permite a las personas destinatarias acceder a ella. Lo que está invisibilizado en los datos está invisibilizado en las políticas.
En Economía Femini(s)ta han puesto en marcha la iniciativa Menstruacción, ¿en qué consiste? 
Consiste en tres puntos: pedir la eliminación de los impuestos a estos productos –tampones, toallitas y copas menstruales– que en Argentina es del 21% porque consideramos que es un bien de primera necesidad que toda mujer va a necesitar comprar. Pedimos provisión gratuita para las personas de bajos recursos porque anualmente pueden suponer unos 100 dólares, y mejorar las investigaciones sobre el tema, porque en los últimos años ha habido estudios que han encontrado rastros de glifosatos y no puede ser que no tengamos más información sobre los efectos que pueden tener. La campaña también apunta a desestigmatizar, a mostrar que la menstruación es parte de nuestra experiencia cotidiana y que acceder a estos productos es una cuestión de salud. 
Y volviendo al principio, a los paros de mujeres y las protestas por la brecha salarial, la violencia de género, los cuidados, la Women's March... ¿cree que es el inicio de un proceso irreversible en el sentido de que estos temas están ya en la agenda como quizá nunca lo habían estado?
Yo soy optimista.  Hay muchas cosas resonando, muchas mujeres y varones que se dieron cuenta de algo y que a partir de ahí cambiaron su forma de concebir las cosas. Culturalmente hay un antes y un después, hay un fervor feminista que no había desde hacía mucho tiempo. No podemos decir que es la primera vez en la historia que sucede porque eso sería olvidarnos de toda la lucha que ha habido en el pasado, pero sí hay una nueva efervescencia. Lo que sí hay también son gobiernos muy conservadores. 
Todas las cosas que hemos ganado en luchas anteriores se tambalean a veces, con lo cual no podemos dormirnos y descansar en que muchas gentes usen remeras (camisetas) que dicen feministas. Tenemos que seguir muy atentas porque cada conquista cuesta mucho mantenerla. Y hay un tema que va más allá que es la violencia de género, que tiene una parte de violencia económica muy importante: muchas mujeres no se pueden ir del hogar porque no tienen a dónde, no tienen trabajo, no tienen recursos. 

Las ciencias con mayúsculas y lo feménino.

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Ella es.

Marga Canalejo     Ella es, ante todo y sobre todo una profesional, y sabe....que los globos son, sólo eso, Globos. Blufh$$$$ que, o bien ...

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